Recogido por el etnólogo vasco don José Miguel de Barandiarán, en Ataun, su pueblo natal, en 1922, el cuento "Canillo el pescador y Canillo el chico". "Kanillo arrantzalea ta Kanillo-txiki", pasó a convertirse en la más popular de todas las narraciones que, sobre asunto marinero, modernamente hayan circulado por Euskal Herria. Eso, a pesar de que la población guipuzcoana de Ataun se encuentre enclavada muchos kilómetros tierra adentro, al pie de la sierra de Aralar.
(ilustración de José Carlos Iribarren)
Dice el cuento que Canillo, un humilde pescador, pescó un día un besugo muy distinto a los que pescaba habitualmente. Porque se trataba de un besugo que sabía hablar. Y porque le prometió, a cambio de la libertad, colmar de riquezas al pescador. Canillo no dudó en devolver el pez a la mar, y ese mismo día, al volver a su casa, se encontró con que era poseedor de una inmensa fortuna.
Pero, ¡humana debilidad! Pasado poco tiempo, Canillo había dilapidado toda su riqueza, viéndose en la necesidad de volver a practicar la pesca para poder subsistir. Y otro día, ¡gran sorpresa!, volvió a pescar al mismo besugo de la otra vez. Pero en esta ocasión, a cambio de riquezas, además de la libertad, lo que el asombroso pez pidió a Canillo fue que le entregase el primer ser que al volver a casa le saliese al camino. Pensando que quien siempre salía a recibirle a su vuelta de la mar era un perrito, el pescador accedió. Devolvió pues el besugo al agua y emprendió el regreso a casa, remando presuroso.
Mas para su desgracia, ese día, tal vez porque se retrasó algo más de lo habitual, quien salió a su encuentro fue su propio hijo, Canillo el Chico. Mucho lo sintió, pero entregó el muchacho al besugo, que no era sino un diablo que había adoptado tal apariencia, y pronto volvió a enriquecerse.
Canillo el chico, por su parte se encaminó a una casa negra, la del diablo, donde en adelante permanecería cautivo, teniendo que servirle a aquél como un esclavo, Y como cierta noche hiciera mucho ruido cuando dormía sobre su camastro, el diablo le amenazó con arrojarlo a la mar. Como, aunque sin querer, repitió el ruido, a la mar se vio arrojado.
Nadó y nadó, y al amanecer llegó el muchacho a un punto apartado de la costa. Allí se encontró con un león, una paloma y una hormiga, que delante de una yegua muerta, se disputaban cómo repartírsela. Al ver al muchacho le explicaron que el litigio duraba ya tres días y que a ver si a él se le ocurría alguna solución. Canillo el Chico les propuso entonces hacer el siguiente reparto: adjudicar toda la carne al león, dar las entrañas a la paloma y dejar la médula para la hormiga.
Tan contentos se mostraron los tres animales, que cada cual dio una virtud al muchacho. El león le dijo que podría convertirse en león siempre que quisiera, con tan sólo exclamar legoi -león-. La paloma que podría ser paloma diciendo uso -paloma-. Y la hormiga le concedió la posibilidad de ser hormiga, pronunciando la palabra txingurri -hormiga-.
Convertido ahora en paloma por propia voluntad, el muchacho voló hasta la casa del diablo de la costa, encontrándose con que éste estaba siendo peinado en aquel momento por su criada. Se posó en uno de los árboles del jardín y aguardó. Pronto descubriría la criada a la paloma, y exclamaría: "¡Qué hermosa paloma!". A lo que respondería el diablo: "¡Cómo tú!". Seguidamente la criada añadiría: "Tú pareces inmortal, ¿sería posible que tú perdieras la vida de algún modo?". El diablo que parecía estar excesivamente locuaz aquella tarde, respondería: "En el monte Iparrarre vive mi hermano. En su vientre hay una liebre. En el vientre de la liebre una paloma. En el vientre de la paloma un huevo. Solo aquel que me arroje ese huevo a la frente podrá acabar conmigo". Canillo, que no había perdido una sola palabra, voló presuroso al monte Iparrarre.
Descubriendo una casa en las proximidades de aquel monte, se presentó en ella Canillo con su apariencia humana, y preguntó si necesitaban criado. Como le respondieron que sí, de criado se quedó en la casa o, más exactamente, como pastor, al cuidado de un rebaño de ovejas. Eso sí, le advirtieron que no llevase los animales al monte Iparrarre, pues podían perecer a manos de un diablo que allí había.
Lo primero que hizo el eventual pastor fue llevar el rebaño al lugar prohibido donde, sin tardanza, se le apareció el diablo en figura de hombre. Canillo dijo Legoi, se convirtió en león y comenzó a luchar contra el diablo, aunque, a decir verdad, ninguno resultó vencedor.
Tan sólo el diablo exclamaría: "¡Ah si estuviera aqui mi hermano!". A lo que Canillo, a su vez repondría: "¡Ah si pudiera comerme el panecillo que cuecen en mi casa a las once de la mañana!". Las únicas que salieron beneficiadas fueron las ovejas, que comieron más que nunca.
Al día siguiente Canillo volvió a llevar el rebaño al mismo sitio. Nuevamente se le apareció el diablo. Y otra vez, convertido en león, luchó contra él sin éxito por ninguna de las dos partes. Aunque también ahora, ambos repitieron la misma frase del día anterior. Lo que ninguno de los dos sabía era que estaban siendo espiados por una criada de la casa.
Al tercer día el resultado de la disputa entre el diablo y Canillo sería muy distinto. Porque la criada, cuando el muchacho exclamó la frase que aludía al panecillo, le arrojó uno hecho por ella misma, lo que dio al joven las fuerzas necesarias para al fin matar al diablo. Así una vez muerto éste, abrirle el vientre, sacarle la liebre, de ésta la paloma y a ella el huevo, fue coser y cantar.
De ahí a matar al otro diablo, el de la costa, arrojándole el huevo en mitad de la frente, fue todo una misma cosa. Libre definitivamente de los dos diablos, Canillo el Chico volvería junto a su padre, con quien viviría en lo sucesivo rodeado de riquezas.
Y colorín colorado...
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