lunes, 12 de julio de 2021

El espejito de la montaña

 

Había una vez un burrito que todas las mañanas subía a la montaña. En la montaña había ovejitas y cabras. Y estaba también la nena que las cuidaba. Al burrito le encantaba esa montaña. Pero lo que más le gustaba era un espejo con marco verde lleno de puntitos rojos. En realidad el espejo era un charco de agua y el marco, pasto salpicado de flores. 


En ese espejito de la montaña se veían, sin quererlo, todos los que pasaban junto a él. Se veían las nubes que pasaban por el cielo: se veían los pájaros que pasaban volando; se veían las ovejas y las cabras que se acercaban cuando tenían sed. Pero esto ocurría de vez en cuando. En cambio el burrito llegaba todas las mañanas, se acercaba enseguida al charco y se quedaba un rato mirándose en el agua clarita, como olvidado de todo lo demás. Casi seguro que había subido a la montaña sólo para mirarse, calladito, sin decir nada, porque claro, nadie le preguntaba nada. Pero un día que estaba contemplándose en el charco, apareció en el agua, justo junto a su cara, la cara de una nena que cuidaba las cabras y las ovejas. La nena se llamaba Alejandra. Un nombre muy lindo, aunque, en verdad un poquito largo. Por eso todo el mundo la llamaba Ale. Pero el burrito no sabía nada de todo esto y preguntó:

- ¿Cómo te llamas? Ale. ¿Y vos? Burrito

- respondió el burrito - como todos los burritos.


A la mañana siguiente, cuando apareció el burrito, Ale lo estaba esperando a la orilla del charco. Era un día hermoso y ni una sola nube aparecía en el cielo. —¡Qué solo estoy! -dijo el burrito mientras se miraba en el charco— No hay nubes. No hay pájaros. Nadie se mira. Nadie me acompaña. Entonces Ale se inclinó sobre el agua y su cara apareció en seguida en el charco junto a la del burrito. 

—Gracias, Ale dijo el burrito. 


A la mañana siguiente, cuando volvieron a encontrarse, Ale dijo: 

- He estado pensando que todos los burritos son burritos. Pero también todos los nenes son nenes y. sin embargo, tienen un nombre. De modo que te voy a llamar Aleli. ¿Te gusta? -Me gusta contestó el burrito—. Y sobre todo me gusta tener un nombre. Es más cómodo. Otro día, mientras estaban a la orilla del charco, dijo Ale: 

He estado pensando que sos un burrito triste. ¿Por qué? 

-Me gustaría saberlo —contestó Alelí. Pero dicen que hay muchas cosas que los burritos no saben. -Es que hay cosas difíciles —dijo Ale. 


Pasaron los días. La montaña parecía siempre la misma o casi la misma. Porque hubiera costado darse cuenta de que las nubes que viajaban por el cielo habían cambiado de forma o que los pajaritos que cantaban ya no eran los mismos o que una cabrita estaba más juguetona o una ovejita más triste. Pero Ale y Alelí, que eran cada vez más amigos, hablaban de todo esto y de muchas cosas más. Hablaban de los chicos que vivían en el pueblo y que los dos conocían muy bien. De los días de sol y de los días de lluvia, de las noches de luna y con estrellas. Y Ale dijo una vez que le gustaba tanto tanto la luna que, apenas oscurecía, ya la estaba buscando en el cielo. -La buscás en el cielo, está bien —dijo Aleli, es su lugar. Pero a mí me gustaría verla una noche retratada en el agua. 

-Sería lindo —dijo Ale. 

Y siguieron hablando de las ovejitas que Ale cuidaba y de los pajaritos que algunas veces pasaban volando y de las flores amarillas, blancas, rojas, que crecían en la montaña. Un día, cuando Alelí ya estaba mirándose en el charco, llegó Ale y dijo: 
-He estado pensando que te conocí mirándote en el charco. Y que todos los días llegás y te mirás como si no te hubieras mirado nunca. 
-Es verdad—contestó Alelí— Así es. -¿Y se puede saber por qué? -Bueno —contestó Aleli-, no se lo diría a cualquiera. Pero una amiga no es cualquiera. Entonces, dejando de mirarse en el charco, se echó en el pasto junto a Ale y dijo: 
-Yo, como todo el mundo, tuve una mamá. -Sí, seguro. ¿Dónde está ahora? —preguntó Ale. No sé. Nunca la conocí. -Entonces... ¿ni siquiera sabes cómo era? - Dicen que me parezco mucho a ella contesto Alelí Creo que saber esto es saber algo. 
-Muchísimo —dijo Ale— Es casi como haberla conocido.

No tanto contestó Alelí. Pero, si me parezco a ella, creo que un poco la conocí cuando me miré por primera vez en el charco. 
-Claro. Es como si hubieras visto su retrato, ¿no? - dijo Ale. — Tuve que conformarme. Son los únicos retratos que tenemos nosotros, los burritos. 
Se me ocurren dos cosas dijo Ale . La primera es que ya sé por que sos un burrito triste. La segunda... te la diré mañana. 

Pero mañana llovió y pasado llovió más. Y siguió lloviendo y pasaron muchos días hasta que Ale y Aleli pudieron encontrarse otra vez en el charco. 

—He estado pensando —dijo Ale- en lo lindo que sería que te vinieras a vivir conmigo. Tendrías una casa y mi mamá te querría mucho. Me lo dijo. Aunque no es lo mismo, sería bastante parecido a tener una mamá. 
Más parecido no puede ser —contestó Aleli— casa con una mamá... Justamente en eso pensaba siempre que me miraba en el charco. 

Desde ese día Ale y Alelí subieron juntos todas las mañanas a la montaña. Menos los días en que la lluvia lavaba la montaña y había que esperar a que el sol la secara 
Esos días Alelí se miraba en el espejo que la mamá de Ale había puesto para él. Para que se mirara todos los días que no subía a la montaña. o, mejor dicho, para que se mirara todas las veces que quisiera. 

                                                                   FIN

Cuento de Lucila Maderal 
Ilustraciones de Julia Díaz 

El arroyo dormido






—Me siento muy mal. No puedo moverme, creo que me estoy muriendo. Me entristece muchísimo que mi vida se acabe yo siempre estuve al pie del cañón cumpliendo alegremente mi cometido, cosa que me ha hecho enormemente feliz pero todo se acaba en esta vida tarde o temprano. Ha llegado el momento de la rendición. No tengo fuerza para moverme estoy muy muy viejo—.
Le decía el arroyo a un pajarillo que lo estaba picoteando.
—Cómo dices eso, no estás viejo, sé de arroyos mucho más viejos que tú y que todavía siguen llevando el agua hasta el final de su cauce. Lo que ocurre es que este invierno ha sido especialmente frío y te has congelado, por eso no puedes moverte. Nosotros y los pájaros y los demás animales del bosque también lo hemos pasado muy mal por el frío y por la escasez de alimentos y de agua. Tú has estado dormido durante mucho tiempo y no podíamos beber, pero mira hoy brilla el sol y nos estamos calentando la primavera se acerca y nuestra vida mejorará muy pronto. Yo picoteo tu hielo que, por cierto, hoy está más blandito que ayer y como trocitos de agua—.
—Sí, noto las cosquillitas que me haces con tu pico y también empiezo a sentir como si me empujaran hacia abajo, como si me estiraran de los pies, ¡qué sensación tan extraña amigo mío! es como si creciera y engordara a la vez, como si me desatarán, no sé cómo explicarlo—.
—Está muy claro—, dijo el pajarillo, —es simplemente que te estás descongelando, hoy hace sol y ..pero ¿dónde vas?. Espera un poco que estamos conversando, ¿qué prisa tienes?—.
—No, no puedo esperar, lo siento, tengo que irme a toda prisa o no habrá flores de esta primavera ni cosechas este verano y mis animalitos se morirán de sed. Ya voy con retraso, he dormido demasiado tiempo y he interrumpido mis obligaciones que son: regar a tiempo y ofrecer mi agua a quien la necesite adioooos, adióoooos— gritaba el arroyo mientras se deslizaba feliz por su cauce cómo se deslizan los niños por un tobogán.

Fin