lunes, 29 de noviembre de 2010

La guitarra




Empieza el canto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil callarla,
es imposible callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible callarla.
Llora por cosas lejanas.
Arena del sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
¡Oh,guitarra!
corazón malherido
por cinco espadas.

Federico García Lorca

Cancioncilla sevillana














Amanecía
en el naranjel.
Abejitas de oro
buscaban la miel.

¿Dónde estará
la miel?

Está en la flor azul,
Isabel.
En la flor,
del romero aquel.

(Sillita de oro
para el moro.
Silla de oropel
para su mujer.)

Amanecía
en el naranjel.


Federico García Lorca

domingo, 28 de noviembre de 2010

Gallo Quiquirigallo

Gallo Quiquirigallo
Fábula italiana (ilustrado por Dimitri Makhashvili)

Érase una vez un gallo que vagaba por el mundo. Por el camino se encontró con una carta que decía: "Gallo quiquirigallo, gallina quiquirigallina, oca condesa, pata abadesa, pajarito jilguerito, vamos a la boda de Pulgarcito".

El gallo se puso en camino hacía allí; al cabo de poco
tiempo encontró a la gallina.

-¿Adónde vas, compadre gallo?
-Voy a la boda de Pulgarcito.
-¿Puedo ir yo?
-Si estás en la carta... Veamos: gallo quiquirigallo, gallina quiquirigallina... Sí, aquí estás, entonces, ¡vamos!

Se pusieron en marcha y transcurrido un tiempo encontraron a la oca.


-Comadre gallina y compadre gallo, ¿adónde vais?
-Vamos a la boda de Pulgarcito.
-¿Puedo ir yo?
-Si estás en la carta...-, dijo el gallo; abrió la carta otra vez y leyó: -Gallo quiquirigallo, gallina quiquirigallina, oca condesa... Sí, tú estás también; ¡vamos!.

Camina caminando, encontraron a la pata.


-Comadre oca, comadre gallina y compadre gallo, ¿adónde vais?
-Vamos a la boda de Pulgarcito.
¿Puedo ir yo?
-Si estás en la carta..., dijo el gallo, y leyó: "Gallo quiquirigallo, gallina quiquirigallina, oca condesa, pata abadesa... Sí, estás en la carta; ¡vamos!".

Poco después encontraron al pajarito jilguerito.

-¿Adónde vais, comadre pata, comadre oca, comadre gallina y compadre gallo?
-A la boda de Pulgarcito.
-Vamos a la boda de Pulgarcito,, respondió el gallo.
-¿Puedo ir yo?
-Sí, si estás aquí, y el gallo volvió a abrir la carta, pero el lobo no estaba en ella.
-¡Pero yo también quiero ir!, dijo el lobo.

Y todos, por miedo, respondieron: -¡Pues vamos!.

Tras dar algunos pasos, el lobo dijo de pronto: -¡Tengo hambre!.


-Yo no tengo nada que darte, respondió el gallo.
-¡Entonces te comeré a ti!, y el lobo abrió la boca y lo engulló en un santiamén.

Al cabo de un rato, el lobo repitió; -¡Tengo hambre"
La gallina le respondió lo mismo que el gallo, Y el lobo la engulló también, Y así hizo con la oca y así también con la pata. Quedaba sólo el pajarito. El lobo, tan hambriento como siempre, dijo:
-¡Tengo hambre!.

-Yo no tengo nada que darte, dijo el pájaro.
-¡Entonces te comeré a ti!. Abrió la boca y... el pajarito voló sobre su cabeza. El lobo intentaba cogerlo, pero el pajarito revoloteaba de aquí para allá, saltaba sobre una rama, sobre otra, después aterrizaba sobre la cabeza del lobo, sobre la cola... y le volvía loco. El pajarito estaba ya cansado, cuando vió a lo lejos a una mujer con un cesto sobre la cabeza: les llevaba el almuerzo a los segadores. Le dijo entonces al lobo:
-Si me perdonas la vida, te procuraré la buena comida de pasta y carne que esa mujer lleva a los segadores.


En efecto, cuando la mujer vio a aquel pajarito tan bonito, enseguida alargó la mano para cogerlo. Pero él se alzó un poquito. Entonces la mujer dejó el cesto en el suelo y se puso a perseguir al pajarito. Así pudo el lobo ir hacía el cesto y comérselo todo.

-¡Auxilio, auxilio!, gritó la mujer.

Llegaron los segadores, los unos con la hoz, los otros con el bastón, saltaron encima del lobo y lo mataron. Y cuando empezaron a desollarlo, de la panza saltaron sanos y salvos el gallo quiquirigallo, la gallina quiquirigallina, la oca condesa, la pata abadesa. Y con el pajarito jiguerito, todos juntos se fueron a la boda de Pulgarcito.

Y colorín colorado...



martes, 23 de noviembre de 2010

La merienda del ratón


Una vez un ratón salió de su casa, que estaba debajo de una gran alfombra, y se metió sin saberlo en la cesta de un gato. El gato estaba de paseo, pero al volver exclamó:

-¡Qué bien, ya tengo merienda!
Y de un bocado se zampó al ratón.

Al gato le entró sueño y sin darse cuenta se echó a dormir en la caseta del perro. El perro había ido de caza, pero al volver exclamó:

-¡Qué bien, ya tengo merienda!
Y de un bocado se zampó al gato.

El perro se fue de paseo, pero como comenzó a llover se refugió en la jaula del león. El león había salido para hacer su número de circo, pero al volver exclamó:

-¡Qué bien, ya tengo la merienda!
Y de un bocado se zampó al perro.

En la tripa del león, el perro no decía nada. En la tripa del perro, el gato no decía nada. Pero en la tripa del gato, el ratón refunfuñaba.
No le gustaba estar metido dentro de tantas tripas.

-¡Todo el mundo ha merendado menos yo! -decía-. ¡Menudo hambre tengo!

El ratón hizo cosquillas al gato. El gato se retorció de risa e hizo cosquillas al perro. El perro se retorció e hizo cosquillas al león.
El león comenzó a reir, y a reir. Y como el león cuando se rie abre la boca tanto como cuando ruge, el perro se escapó por la boca abierta.

El perro siguió riendo y por boca abierta se escapó el gato.
El gato siguió riendo y por su boca abierta se escapó el ratón.

Pero el ratón no reía. Seguía teniendo hambre. De pronto halló un buen pedazo de queso y exclamó:

-¡Qué bien, ya tengo la merienda!
Y de un bocado se lo zampó.

Y, a fin de cuentas, fue el único que merendó.

Y Colorín Colorado...


domingo, 21 de noviembre de 2010

LA VELA DEL AMA


gif de velas encendidas - Buscar con Google




Silbironca que te ronca,

ronquisilba que te silba;

don Quijote se pasea

sueño abajo, sueño arriba.


Junto a su cama está el Ama

con una vela encendida

que embelesada lo vela,

que desvelada lo cuida,

y afligida suspillora

y después llorisuspira,

y la llama de la vela

ante el Ama dancigira,

dancigira y giridanza

-¡llama altiva y llamativa!-

a la par que don quijote

silbironca y ronquisilba…


… Mas ahora chillisopla

preso de una pesadilla

sofocando a llama y Ama

soplichilla que te chilla.

Del libro Don Quijote cabalga entre versos, Everest, col. Rascacielos (2005)
Mar Pavón

SOPA




Sopa, sopita de letras
tomé ayer para cenar:
la B, la J, la Z
y toditas las demás.
Letras cené a trochemoche
y hoy ando con somnolencia,
que mi barriga esta noche
¡ha dado tres conferencias!

Del libro Desmadrario (Centro de Ediciones de la Diputación Provincial de Málaga, col. Caracol-2003) Mar Pavón












¡QUIERO BOCATA DE CUENTO!





A papá lo quiero mucho,
por eso sobre él me siento
y al oído le susurro:
-Papá, ¿me cuentas un cuento?
En seguida me pregunta:
-¿Aquél de pan y pimiento...?
-¡Ese no, que no me gusta
y además dura un momento!
Pero mi mueca de enfado
papá la borra de un beso
y me cuenta el cuento largo
de dos perritos y un hueso:
Uno solía comer migas;
el otro, pastel de queso
y se emperraron un día
por un hueso de gran peso.
Y la historia es tan tremenda
y yo escucho tan atento
que al acabar, de merienda,
¡pido bocata de cuento!

Del libro Yeray poeto (Colección "Ajonjolí- Editorial Hiperión)
Mar Pavón

LA POETA






La poeta se casó con el poeto
Y en vez de tener un niño
Tuvieron un soneto.

Gloria Fuertes

Como se dibuja a un niño







Para dibujar un niño

hay que hacerlo con cariño.
Pintarle mucho flequillo,
—que esté comiendo un barquillo—;
muchas pecas en la cara
que se note que es un pillo;
—pillo rima con flequillo
y quiere decir travieso—.
Continuemos el dibujo:
redonda cara de queso.

Como es un niño de moda,
bebe jarabe con soda.
Lleva pantalón vaquero
con un hermoso agujero;
camiseta americana
y una gorrita de pana.
Las botas de futbolista
—porque chutando es artista—.
Se ríe continuamente,
porque es muy inteligente.
Debajo del brazo un cuento
por eso está tan contento.

Para dibujar un niño
hay que hacerlo con cariño.

Gloria Fuertes


El cuento de Canillo el pescador

Recogido por el etnólogo vasco don José Miguel de Barandiarán, en Ataun, su pueblo natal, en 1922, el cuento "Canillo el pescador y Canillo el chico". "Kanillo arrantzalea ta Kanillo-txiki", pasó a convertirse en la más popular de todas las narraciones que, sobre asunto marinero, modernamente hayan circulado por Euskal Herria. Eso, a pesar de que la población guipuzcoana de Ataun se encuentre enclavada muchos kilómetros tierra adentro, al pie de la sierra de Aralar.
(ilustración de José Carlos Iribarren)

Dice el cuento que Canillo, un humilde pescador, pescó un día un besugo muy distinto a los que pescaba habitualmente. Porque se trataba de un besugo que sabía hablar. Y porque le prometió, a cambio de la libertad, colmar de riquezas al pescador. Canillo no dudó en devolver el pez a la mar, y ese mismo día, al volver a su casa, se encontró con que era poseedor de una inmensa fortuna.

Pero, ¡humana debilidad! Pasado poco tiempo, Canillo había dilapidado toda su riqueza, viéndose en la necesidad de volver a practicar la pesca para poder subsistir. Y otro día, ¡gran sorpresa!, volvió a pescar al mismo besugo de la otra vez. Pero en esta ocasión, a cambio de riquezas, además de la libertad, lo que el asombroso pez pidió a Canillo fue que le entregase el primer ser que al volver a casa le saliese al camino. Pensando que quien siempre salía a recibirle a su vuelta de la mar era un perrito, el pescador accedió. Devolvió pues el besugo al agua y emprendió el regreso a casa, remando presuroso.

Mas para su desgracia, ese día, tal vez porque se retrasó algo más de lo habitual, quien salió a su encuentro fue su propio hijo, Canillo el Chico. Mucho lo sintió, pero entregó el muchacho al besugo, que no era sino un diablo que había adoptado tal apariencia, y pronto volvió a enriquecerse.

Canillo el chico, por su parte se encaminó a una casa negra, la del diablo, donde en adelante permanecería cautivo, teniendo que servirle a aquél como un esclavo, Y como cierta noche hiciera mucho ruido cuando dormía sobre su camastro, el diablo le amenazó con arrojarlo a la mar. Como, aunque sin querer, repitió el ruido, a la mar se vio arrojado.

Nadó y nadó, y al amanecer llegó el muchacho a un punto apartado de la costa. Allí se encontró con un león, una paloma y una hormiga, que delante de una yegua muerta, se disputaban cómo repartírsela. Al ver al muchacho le explicaron que el litigio duraba ya tres días y que a ver si a él se le ocurría alguna solución. Canillo el Chico les propuso entonces hacer el siguiente reparto: adjudicar toda la carne al león, dar las entrañas a la paloma y dejar la médula para la hormiga.

Tan contentos se mostraron los tres animales, que cada cual dio una virtud al muchacho. El león le dijo que podría convertirse en león siempre que quisiera, con tan sólo exclamar legoi -león-. La paloma que podría ser paloma diciendo uso -paloma-. Y la hormiga le concedió la posibilidad de ser hormiga, pronunciando la palabra txingurri -hormiga-.

Convertido ahora en paloma por propia voluntad, el muchacho voló hasta la casa del diablo de la costa, encontrándose con que éste estaba siendo peinado en aquel momento por su criada. Se posó en uno de los árboles del jardín y aguardó. Pronto descubriría la criada a la paloma, y exclamaría: "¡Qué hermosa paloma!". A lo que respondería el diablo: "¡Cómo tú!". Seguidamente la criada añadiría: "Tú pareces inmortal, ¿sería posible que tú perdieras la vida de algún modo?". El diablo que parecía estar excesivamente locuaz aquella tarde, respondería: "En el monte Iparrarre vive mi hermano. En su vientre hay una liebre. En el vientre de la liebre una paloma. En el vientre de la paloma un huevo. Solo aquel que me arroje ese huevo a la frente podrá acabar conmigo". Canillo, que no había perdido una sola palabra, voló presuroso al monte Iparrarre.

Descubriendo una casa en las proximidades de aquel monte, se presentó en ella Canillo con su apariencia humana, y preguntó si necesitaban criado. Como le respondieron que sí, de criado se quedó en la casa o, más exactamente, como pastor, al cuidado de un rebaño de ovejas. Eso sí, le advirtieron que no llevase los animales al monte Iparrarre, pues podían perecer a manos de un diablo que allí había.

Lo primero que hizo el eventual pastor fue llevar el rebaño al lugar prohibido donde, sin tardanza, se le apareció el diablo en figura de hombre. Canillo dijo Legoi, se convirtió en león y comenzó a luchar contra el diablo, aunque, a decir verdad, ninguno resultó vencedor.
Tan sólo el diablo exclamaría: "¡Ah si estuviera aqui mi hermano!". A lo que Canillo, a su vez repondría: "¡Ah si pudiera comerme el panecillo que cuecen en mi casa a las once de la mañana!". Las únicas que salieron beneficiadas fueron las ovejas, que comieron más que nunca.

Al día siguiente Canillo volvió a llevar el rebaño al mismo sitio. Nuevamente se le apareció el diablo. Y otra vez, convertido en león, luchó contra él sin éxito por ninguna de las dos partes. Aunque también ahora, ambos repitieron la misma frase del día anterior. Lo que ninguno de los dos sabía era que estaban siendo espiados por una criada de la casa.

Al tercer día el resultado de la disputa entre el diablo y Canillo sería muy distinto. Porque la criada, cuando el muchacho exclamó la frase que aludía al panecillo, le arrojó uno hecho por ella misma, lo que dio al joven las fuerzas necesarias para al fin matar al diablo. Así una vez muerto éste, abrirle el vientre, sacarle la liebre, de ésta la paloma y a ella el huevo, fue coser y cantar.

De ahí a matar al otro diablo, el de la costa, arrojándole el huevo en mitad de la frente, fue todo una misma cosa. Libre definitivamente de los dos diablos, Canillo el Chico volvería junto a su padre, con quien viviría en lo sucesivo rodeado de riquezas.

Y colorín colorado...

sábado, 20 de noviembre de 2010

El cocodrilo mentiroso


A veces es difícil ganarse la vida y entonces hay que derrochar ingenio para poder salir adelante. Algo de esto le pasaba a un cocodrilo que vivía a orillas del río, en plena selva.

Confundido con el fango, acechaba a los animales que se acercaban al agua a beber, inmóvil bajo el sol, como una estatua de piedra. De esta forma. lograba atrapar a muchos de ellos.

Tanto fue el cántaro a la fuente que nuestro cocodrilo acabó siendo muy conocido por estos pagos. Para poder comer tuvo que inventarse un nuevo método.

Este consistía en liarse un pañuelo a la boca y comenzar a lloriquear. Los animales de la selva, creyendo que le pasaba algo malo, se acercarían a echar un vistazo y entonces... ¡zás!, podría comerse a los incautos.

El método empezó a salirle bien.

Una tarde, bajó al río una bandada de patitos. No tardaron algunos de ellos en escuchar el llanto del cocodrilo. Curiosos de remate, se fueron acercando uno a uno y el cocodrilo terminó dando buena cuenta de ellos. Sólo quedó el patito más pequeño, quien, siendo más listo que los demás, no se creyó la comedia del cocodrilo y se marchó, diciéndole que iba a avisar al médico.

Pilló distraido al cocodrilo, y le puso una estaca entre las fauces. De este modo quedó su boca tan abierta que todos los patitos que estaban en el vientre del cocodrilo, pudieron salir sanos y salvos.

Una vez más el ingenio se impuso a la glotonería y a la fuerza.

Y colorín colorado...

viernes, 19 de noviembre de 2010

El juego del escondite


Al moscardón y a la mariposa les apetecía jugar y están discutiendo sobre el juego más conveniente.

-Propongo que juguemos al escondite -dice la mariposa que, por cierto, es colorada.

-¿Al escondite? ¡Ja, ja, ja! -contesta el moscardón, entre grandes carcajadas-. Pero mujer, con las alas tan grandes que tienes te encontraría en cualquier sitio en que te escondieras!-

-¿Ah, sí? Eso tendrás que demostrarlo, amiguito- afirma ella, desafiante.

Se inicia el juego. Primero le toca esconderse al moscardón, y lo hace detrás de un matorral. Es tan marcado el zumbido de sus alas que la mariposa le encuentra con facilidad.

Ahora le toca el turno de esconderse a la mariposa. Ésta se refugia entre los pétalos de una flor de su mismo color y se enmascara perfectamente. Parece una parte inseparable de la misma.

El pobre moscardón busca y busca durante horas. Al fin, grita en voz alta:

-¡Bueno, vale, me rindo! ¡Ya puedes salir de tu escondite!

Moraleja: Las apariencias pueden engañarnos y los colores sirven para ocultarse tanto como para ser delatado. Todo depende del uso que le demos.


jueves, 18 de noviembre de 2010

La amapola encantada


Había una vez una mujer bella y buena a la que todos querían.

Todos, menos una malvada bruja, que, llena de envidia, le echó un hechizo convirtiéndola en amapola.

Sin embargo, el hechizo no era lo suficientemente poderoso, y cuando se ponía el sol, la infeliz víctima dejaba de ser flor y volvía a convertirse en persona. Así, todas las noches, la joven regresaba a su casa, donde su marido la esperaba impacientemente.

Una noche le dijo a su marido:

-¡Tienes que salvarme, ya no puedo seguir así!
-Pero ¿qué puedo hacer yo?
-Si consigues cortarme, se romperá el hechizo.

El marido se lo prometió, y a la mañana siguiente se dirigió al campo, pero se encontró con que había millares de amapolas.

-¿Cómo sabré cuál es mi amada esposa? -se lamentó.

De pronto encontró la solución.

-¡Será la única que no tenga rocío en sus pétalos, pues ella ha pasado la noche junto a mí! -gritó feliz.

Y efectivamente, encontró la flor que buscaba, la cortó y su esposa volvió a transfromarse para siempre en la bella mujer que había sido.

Y Colorín Colorado...




Arenillo, el gusano de tierra

Arenillo vive en una maceta que hay sobre el alféizar de una ventana. Es un gusanito de arena, que come pequeños trozos de raíz y se entretiene removiendo la tierra. Gracias a su labor, la planta que adorna la maceta crece fuerte y hermosa.

-Es la planta más bonita de todo el barrio -dice Dormilón, un gato negro al que le gusta dormir sobre la ventana, y que es muy amigo de Arenillo.

El gusanito es muy feliz; tiene un amigo que le quiere, sabrosas raíces para comer y vive en un lugar donde el aire es puro y casi siempre da el sol.

Pero un día, Dormilón no aparece sobre la ventana; ni al otro día, ni al otro. Arenillo comienza a preocuparse.

-¿Le habrá ocurrido algo malo? -se pregunta-. A lo mejor es que ha encontrado un amigo mejor que yo, y no tiene tiempo para gastarlo con un gusano de tierra -se contesta él mismo, apesadumbrado.

Al cuarto día, aparece Dormilón. El gusanito se alegra muchísimo de ver a su amigo sano y salvo. Bueno, la verdad es que tiene un par de arañazos y un ojo a la virulé.

-He encontrado a la gatita más guapa del mundo -le cuenta orgulloso Dormilón-, y ahora somos los novios más felices de todos los tejados del barrio.

-¿Novia? ¿Qué es eso? -pregunta Arenillo-. ¿Acaso esa cosa es mejor que un amigo?

Dormilón explica al gusanito lo que es una novia, y después le dice:

-He venido sólo para contártelo, porque eres mi mejor amigo, pero ahora me voy corriendo, ella me está esperando.

Y dicho esto, el gato desaparece dando un gran salto por la ventana.

-Yo jamás tendré novia -piensa Arenillo cuando se queda solo-, pues no puedo salir a buscarla como mi amigo Dormilón. Si salgo de esta maceta el sol quemaría mi cuerpo antes de encontrar una compañera.

Y desde ese día, a Arenillo ya no le parecen las raíces tan sabrosas ni el sol tan brillante.

Hasta que una mañana, muy temprano, unos fuertes ruidos sobre la ventana despiertan al gusanito.

Lleno de curiosidad, y con mucho cuidado, Arenillo asoma la cabecita entre la tierra. Es la dueña de la casa, que está poniendo más macetas.

Ninguna es tan bonita como la suya, pero esto ya no le importa.
Arenillo está a punto de meterse de nuevo entre la cálida tierra de su maceta, cuando oye una vocecita que le pregunta:

-¡Hola! ¿Tú también vives aqui?

Arenillo mira en esa dirección y ve a la más encantadora de las gusanitas que le está guiñando un ojo desde la maceta que hay junto a la suya. Por un momento, casi está apunto de desmayarse.
Pero enseguida se repone de la impresión y, lleno de atrevimiento, le pregunta:

-¿Quieres ser mi novia, preciosa criatura?

La gusanita, que se llama Curvitas, se pone colorada, pues es muy tímida, pero luego contesta que sí con un parpadeo de pestañas que hace que el gusanito corra hacia ella, sim miedo al sol que cae sobre la ventana.

Ahora, Arenillo es el gusano más feliz de todas las macetas del barrio, y está deseando que Dormilón vuelva a visitarle para poder decirle que él también tiene una novia maravillosa.

Y Colorín Colorado...


miércoles, 17 de noviembre de 2010

La princesa y el guisante


Había una vez un Príncipe que quería casarse con una Princesa, pero con una Princesa de verdad. Dio la vuelta al mundo buscando una, y aunque a decir verdad no faltaban princesas, no podía nunca estar seguro de si eran verdaderas princesas; siempre había alguna cosa en ellas que le parecía sospechosa. En consecuencia, se mostraba muy afligido por no haber encontrado lo que deseaba.

Una noche en que hacía un tiempo horrible, los relámpagos se cruzaban, el trueno retumbaba y la lluvia caía a torrentes, algo espantoso, alguien llamó a la puerta del castillo y el viejo Rey se apresuró a abrir.

Era una princesa. ¡Pero gran Dios, de qué manera la habían puesto la lluvia y la tormenta! El agua se escurría por sus cabellos y sus vestidos, le entraba por la espalda y le salía por los talones. Sin embargo, se presentó como una verdadera Princesa.

-Eso lo sabremos bien pronto -pensó la vieja Reina. Y enseguida, sin decir nada a nadie, entró en la alcoba, deshizo la cama y puso un guisante sobre el tablero. Enseguida tomó veinte colchones y los extendió sobre el guisante, y además veinte almohadones que amontonó encima de los colchones.

Era ésta la cama destinada a la Princesa. A la mañana siguiente le preguntaron cómo había
pasado la noche.

-Muy mal -contestó, apenas si he cerrado los ojos en toda la noche. Dios sabe lo que había en esta cama, pero una cosa tan dura, que he llenado la piel de cardenales. ¡Qué suplicio!

Por la respuesta se conoció que era una verdadera Princesa, pues había sentido un guisante a través de veinte colchones y veinte almohadones. ¿qué mujer sino una Princesa podía tener la piel tan delicada?

El Principe, perfectamente convencido de que era una verdadera Princesa, la tomó por esposa y el guisante fue colocado en el museo, donde debe hallarse, a no ser que algún curioso se lo haya llevado.

He aquí una historia tan verdadera como la Princesa.



Cuento de Hans Christian Handersen
Ilustrado por Michael Fiodorov

martes, 16 de noviembre de 2010

El dragón amable

Alicia y su muñeca Carlota jugaban en el jardín. Alicia estaba un poquitín aburrida. Había mucho silencio porque su mejor amiga, que vivía al lado, se habia ido a visitar a su abuela. Entonces, de pronto, se oyó un ruido extraño. Parecía que alguien estaba llorando. ¿Quién podía ser?

Y entonces apareció entre los árboles, al fondo del jardín, una criatura muy extraña. Pero como Alicia tenía muchísimos libros de cuentos hadas y libros muy bien ilustrados, no tardó ni un minuto en saber qué era.

-¡Es un dragón! -exclamó-. ¡Mira, Carlota, un dragón de verdad!

No se asustó, porque se veía de lejos que el dragón no era fiero. No era muy grande y estaba trastornado, porque unos grandes lagrimones le bajaban por las mejillas.

-¡Pobre de mí!- gemía-. ¡Pobre de mí, pobre de mí!
-¡No te preocupes! -dijo Alicia, sacando su pañuelo y ofreciéndoselo al dragón para que pudiera secarse las lágrimas.

-Gracias -dijo el dragón y dejó de llorar.
-Ahora, cuéntame qué te pasa -le rogó la niña.

-Que no parezco un dragón -dijo el animal con los labios temblorosos-. Se supone que los dragones son feroces y siempre andan peleando. Yo no quiero pelear y no me gusta rugir. Los demás dragones se burlan de mí. -Emitió un simpático rugido -. Ya lo ves. Esto es todo lo que puedo hacer. No suena muy feroz, ¿verdad?

-No, la verdad, no mucho.
Después de decir esto, Alicia reflexionó unos instantes.

-Mira -propuso, ven a mi casa y te presentaré a mis amigos. Esto te animará. -Y lo hizo entrar en su casa.

-¡Válgame Dios! ¿Qué es esto! -dijo su mamá.
-Es un pobre dragón que está triste -explicó Alicia-, y quiero presentarle a mis amiguitos para que se alegre un poco.
-Allí están -dijo.

Y allí, sentados por toda la habitación estaban todos sus juguetes: los dos ositos, el marinero y el espantapájaros, el bebé y el búho sabio.
-¡Mirad! -les dijo Alicia-. Éste es mi amigo el dragón y está triste porque no es fiero.
-¡Gracias a Dios! -exclamó el muñeco vestido de marinero.
-A mí me parece un dragón muy simpático -comentó el espantapájaros.

El búho normalmente no hablaba demasiado porque dormía todo el día y sólo por la noche se despertaba. Pero mira por dónde, resulta que ahora estaba completamente despierto.
-Y ¿puede saberse para qué quieres ser fiero? -preguntó.
-Porque todos los demás lo son -dijo el dragón con un gran suspiro.

-Pues yo pienso... -dijo el búho, y todos prestaron atención a lo que iba a decir- pienso que podrías ser el único dragón amable de todo el país.
-Sí, claro, no es mala idea... -meditó el dragón.
-Tú sabes que todo el mundo cree que los dragones son feroces. Se llevarán una gran sorpresa si tropezaran con uno que fuera amable y simpático y ayudara a la gente.

-¡Qué buena idea! -comentó el dragón-. ¡Voy a empezar enseguida!
-¡Viva! -gritaron todos y agitaron sus manos diciéndole adiós.
Cuando llegó a la puerta, antes de salir, volvió la cabeza y emitió un gentil gruñido.

Muchos años después, corría la noticia de que un dragón muy grande habia sido visto en la ciudad. La gente rápidamente corrió a sus casas a cerrar las puertas y echar los cerrojos, pero, con gran asombro, pudieron darse cuenta de que el dragón resultaba ser muy pacífico.

Los días que no hacia viento, ayudaba soplando, para que se secara la ropa tendida. Se quedaba quieto durante horas y horas para que pudieran dibujarle. Y muchas veces se le oía tararear una alegre cancioncilla.

Alicia escuchaba lo que se decía y sonreía para sus adentros. Ella sabía muy bien que aquel dragón era el suyo.

Es un cuento de Mabel Lucie Attwell. Las ilustraciones son de la misma autora.



lunes, 15 de noviembre de 2010

El congreso de ratones





Juntáronse los ratones, 

Para librarse del gato;
Y después de un largo rato
De disputas y opiniones,
Dijeron que acertarían
En ponerle un cascabel, 
Que, andando el gato con él, 
Guardarse mejor podrían.

Salió un ratón barbicano, 
Colilargo, hociquirromo, 
Y, encrespando el grueso lomo, 
Dijo al senado Romano, 
Después de hablar culto un rato: 
“¿Quién de todos ha de ser 
El que se atreva a poner 
Ese cascabel al gato?”

Lope de Vega

El sapo verde





















Ese sapo verde
se esconde y se pierde;
así no lo besa
ninguna princesa.

Porque con un beso
él se hará princeso
o príncipe guapo;
¡y quiere ser sapo!

No quiere reinado,
ni trono dorado,
ni enorme castillo,
ni manto amarillo.

Tampoco lacayos
ni tres mil vasallos.
Quiere ver la luna
desde la laguna.

Una madrugada
lo encantó alguna hada;
y así se ha quedado:
sapo y encantado.

Disfruta de todo:
se mete en el lodo
saltándose, solo,
todo el protocolo.

Y le importa un pito
si no está bonito
cazar un insecto;
¡que nadie es perfecto!

¿Su regio dosel?
No se acuerda de él.
¿Su sábana roja?
Prefiere una hoja.

¿Su yelmo y su escudo?
Le gusta ir desnudo.
¿La princesa Eliana?
Él ama a una rana.

A una rana verde
que salta y se pierde
y mira la luna
desde la laguna.

(Poesía de ¡Cuánto cuento!, de Carmen Gil, editorial Algar)

El lagarto está llorando




El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer su anillo de desposados.
¡Ay! su anillito de plomo,
¡ay! su anillito plomado
Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.

El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.
¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!

¡Ay, cómo lloran y lloran!
¡Ay, ay, cómo están llorando!

Poema de Federico García Lorca

domingo, 14 de noviembre de 2010

La princesa

La Princesa (primer premio del concurso de Cuentos de la Cooperativa Universitaria, 1992)

Al cerrar tras de sí la enorme puerta de nogal, le acarició el rostro la brisa fresca fluyendo del paisaje del bosque y llegó a sus oídos el gorgoteo incesante del arroyo al correr por el cauce donde acaba la pendiente del valle, alfombrada de florecillas multicolores sobre las que ondulan mariposas en torbellinos de luz.

Contempló su habitación iluminada por el sol. La luz amortiguada cruza el denso cortinaje del amplio ventanal de molduras trabajadas hasta en sus mínimos detalles por las manos hábiles de los artesanos del reino.

La Princesa percibió el halo de felicidad de ese mundo donde la metamorfosis creada por ella, da origen al universo brillante y satisfecho que la rodea y al que alienta con los eflu-vios de su corazón, creando la incertidumbre extraña de sonido y luz que despierta a la vida a los juguetes, dispersos en de-sordenado contraste, dentro del ambiente mágico del recinto.

Ante su presencia de hechicera, tras un breve temblor, los pequeños seres vuelven a alentar y se integran al reverbero vegetal del horizonte, absorto en el tenue navegar de sus nubes.

Los soldados de plomo desfilan en ordenada sucesión de columnas elegantes.

Los tamborileros enloquecen en su felicidad de latón, golpeando en frenético y desacompasado ritmo los instrumentos que sostienen en la cintura con gruesos cinturones negros que destacan el rojo vivaz de los uniformes.

Las muñecas, coquetas y frívolas, sentadas en un rincón, vuelven a tomar el hilo de antiguas conversaciones interrumpidas y el saltimbanqui, todo rojo, verde y oro, evoluciona en temerarias acrobacias creando una red de arco iris policromos al cruzar el espacio en arriesgada sucesión de pies y manos que van y vienen, cortando, con un silbido, el aire fresco y puro que brota del paisaje del cuadro ubicado en una de las paredes de la habitación.

De allí se extiende, hacia el bosque pintado, el tornasol de arreboles que huyen de un poniente absorto. Los árboles liberan el susurro del viento adherido a sus hojas al sobresaltarse por el canturreo del arroyo que se desliza acariciando los vértices gastados de las rocas y el cantizal del fondo de su lecho.

Es gracias a ella que el cuarto se amalgama a la magia de ese alucinante caleidoscopio de colores, risas y sonidos, para crear el tiempo misterioso de vivir a través de la Princesa.

Claro que sus padres, el Rey y la Reina, no imaginan la fantástica cosmogonía de esa galaxia secreta. La fascinación acaba ni bien algún profano accede al recinto, que recupera de inmediato su aspecto deslucido y anodino de realidad. Ellos ven un dormitorio infantil desordenado y un cuadro desteñido y cursi colgado de la pared.

Las otras habitaciones del palacio siempre despertaron miedo en la Princesa. Salones desleídos que parecen esconder la amenaza de extraños sortilegios, desdoblando una ansiedad opresiva que la hace temblar de los pies a la cabeza cuando cruza frente a sus puertas cerradas.

La Princesa prestó atención al golpeteo de cascos proveniente de la avenida y supo reconocer el de los caballos blancos, enjaezados en plata y ungidos a la carroza por un rico juego de correaje de cuero resplandeciente, la parafernalia adecuada para los coches destinados a transportar a los príncipes y princesas del reino.

El traqueteo de las ruedas sobre el pavimento cesó cuando el vehículo se detuvo frente al portón del castillo y en su reemplazo, el taconeo de los botines de la Reina resonaron urgentes en el silencioso corredor que conduce al aposento de la Princesa.

Sonrió a sus amigos que uno tras otro volvieron a adoptar la máscara de juguetes comunes. Los colores fulgentes del cuadrito se replegaron hasta adquirir el tono opaco que se ofreció a los ojos de la Reina cuando abrió la puerta y tomó una mano de la niña, alejándola del cuarto.

Atravesaron el largo corredor de paredes oscuras que resudan su humedad añosa de dolor y lágrimas.

A la entrada del castillo se accede luego de recorrer un extenso sendero –flanqueado de rosales multicolores en constante floración– que va a desembocar ante el enorme portón de hierro labrado. Allí está el carruaje, cuyo delicado diseño causó en la Princesa, como siempre que lo veía, una inexplicable sensación de placer.

Ella misma no podría asegurar si la impresión era originada por las ruedas con engarces de piedras preciosas, por la nívea blancura de los asientos o por la espléndida sonrisa del joven paje que hace de conductor y de quien se sabe secretamente enamorada.

El la saludó con una breve pero elocuente inclinación del torso, quitándose el sombrero de plumas con el que tocaba siempre su cabeza rubia.

Los caballos blancos, empenachados, a duras penas contenían su fogosa inquietud de caminos mientras esperaban entre relinchos y resoplidos golpeando, en breves saltos, sus cascos contra el pavimento, marcando un ritmo que recordaba al de los alegres bailarines de mazurkas y polkas de las fiestas que eran frecuentes en los salones del Rey.

Los otros príncipes, los que subieron a lo largo del trayecto, la llamaban a gritos, riendo entre sí y haciendo morisquetas para urgirla a acompañarlos. Ellos también iban cubiertos de esplendorosos vestidos de ricas telas coloridas, el atuendo adecuado a los príncipes y princesas de su edad.

Giró hacia la Reina que inclinó el altivo porte para recibir un beso y luego, corriendo, la niña se dirigió al carruaje, donde la algarabía crecía por momentos.

Su madre no pudo evitar el secarse de la mejilla la humedad de la saliva depositada con el beso y lo hizo, como de cos-tumbre, aprovechando la distracción de la Princesa que subía a la carroza.

Al tiempo que el paje restallaba el látigo sobre las cabezas de los corceles de blancas crines, ricamente adornadas, la Princesa volvió hacia la Reina su rostro, sonriente y mongólico y el viejo ómnibus arrancó, rumbo a la escuela de niños especiales.

(De: Revista Ñe’êngatú, Nº 131, Rincón literario Nº 77, agosto de 2001)

La Princesa (primer premio del concurso de Cuentos de la Cooperativa Universitaria, 1992)