"¡Maravilloso! ¡Qué gente tan amable, recibirme con un plato de leche!" pensó el erizo sacando ya la lengua. En eso apareció una rata enorme.
-¡Fuera de aquí! -dijo la rata secamente-. ¡Esta leche es mía!
-De ninguna manera -dijo el erizo-. ¡Es mía! ¡Toda esta lechita es para mí solo!
-No -dijo la rata-. Es mía.
-Mientes -dijo el erizo-, nadie te daría leche a ti.
-¡Y eso qué me importa! -dijo la rata-. Aquí estaba, de modo que me pertenece y basta.
-¡Ja!, la cosa no es tan sencilla -chilló el erizo-, pero te propongo que compartamos esa leche. Yo no puedo tomármela toda y tú tampoco.
¡Pero empiezo yo!
-¡No, yo empiezo! -gritó el erizo.
-¡Tú no empiezas nada! ¡Primero yo! -contestó la rata.
Y siguieron peleando cada vez más acalorados.
De pronto, la rata dijo:
-¡Silencio! Oigo algo...
Desde la puerta de la granja se acercaban unos pasos suaves.
Ahora el erizo también los oía.
-¡Huyamos! -chilló la rata-. ¡Es el gato!
Tuvieron que esconderse los dos en la paja rápidos como rayos. En efecto, era la gata de la casa. Se acercó tranquilamente y se puso a lamer la leche. Lamió y lamió hasta que el plato quedó vacío.
FIN
Cuento de la colección veo veo Hyspamérica
texto e ilustraciones de Erwin Moser
Cuento de la colección veo veo Hyspamérica
texto e ilustraciones de Erwin Moser
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