domingo, 19 de abril de 2020

Diferente

Nací en París, algún día de 1939. Mis padres habían huido de la España de la guerra, intentando dar a la familia tranquilidad y un buen futuro, pero parece que no lo consiguieron. Yo 
soy una niña diferente, única; supongo que tanto como todas las niñas, pero yo un poco más. Un poco más diferente —lo que hace que a veces no me guste a mí misma— y un poco más única: soy una de las mejores personas de la historia. Y no lo digo yo; esto siempre me lo ha dicho mi madre y mi abuela.

Mamá nació en Estambul, en 1902, en una familia muy religiosa. Todos eran judíos sefarditas —lo que quiera que eso signifique— y pertenecían a la alta burguesía —esto sí sé lo que significa y es una lástima que perdieran todo su dinero en la primera guerra—. Mi madre siempre me dice que ella no necesitaba toda la fortuna de mis abuelos, que se siente feliz y afortunada y que siempre lo ha sido. Estudió en París y, cuando aún era muy joven, conoció a Papá. Se enamoró de él y sobre todo, se enamoró de lo que él hacía. Yo no entiendo muy bien cómo una persona se puede enamorar de otra por lo que hace, pero bueno; supongo que son cosas de mayores. Lo curioso es que mi madre, con el único objetivo de intentar gustarle a Papá, organizaba fiestas en su casa y lo invitaba a todas ellas para que él la escuchase tocar el piano. ¡Es maravilloso escuchar a mama tocar!

Papá es una bueniiiiiiiiisima persona. El pobre no ve. Es ciego desde siempre, creo que desde que nació o desde muy pequeñito, no estoy muy segura. Papá debería ser famoso y le deberían dedicar una calle en alguna ciudad de España; algún día lo harán, lo sé. Estudió música toda su vida, supongo que por eso le gustaba a Mamá. Toca un montón de instrumentos, y lo hace bastante bien, creo yo. También es capaz de crear sus propias obras. Él siempre me dice que estudie música, que toque el piano o la viola —no sé por qué la viola—, pero a mi no me gusta, yo prefiero escuchar. Solo me gusta la guitarra.

Me han dicho que quieren darme un hermanito. Esto me hace mucha ilusión porque mis hermanos son muy mayores y a veces no tengo con quien jugar. Dice mamá que para tenerme a mí tuvieron que pasar algunos años intentándolo; se ve que les cuesta a los pobres, ja ja ja. Lo que no entiendo muy bien es que alguno de mis hermanos nació antes de que mis padres se casaran… ¿eso es posible? O incluso antes de que se conocieran. Se lo tengo que preguntar.

Cuando yo era un bebé, mis padres se mudaron de casa, a Madrid, porque la guerra también se había mudado de casa. En Madrid estoy bien. Mis padres pueden ir a menudo al teatro a escuchar música. Siempre escuchan a las hijas de los compañeros de papá o a las niñas del cole, pero nunca han podido escucharme a mí. Cuando me llevan con ellos, a veces, me parece que soy la protagonista de la actuación y que todas las personas que pagan para entrar al teatro, en realidad quieren escucharme y aplaudirme a mí, pero siempre acaban aplaudiendo a otras niñas. Es por la guitarra, seguro.

El problema lo tengo en el colegio porque mis compañeras se ríen de mi todo el tiempo. Es un colegio alemán y, cómo soy española, creo que no les gusto. Me dicen cosas feas sobre mi padre: que es un fracasado, que sus obras no le gustan a nadie porque no se entienden bien, que si esto y que si lo otro. A mi me gustan mucho y estoy segura de que algún día será famoso y le conocerán en el mundo entero. Yo no se muy bien por qué se meten tanto conmigo; me siento como el protagonista del cuento que leímos el otro día en clase en el que había un pato muy feo y todos se reían de él. Es verdad que las demás niñas —los niños están en otra parte del cole y no los vemos casi nunca— son todas muy parecidas: Todas llevan el pelo recogido, todas tienen una coleta con un lazo —cada una de un color, eso sí—, todas llevan vestido largo y medias blancas. Y todas llevan también los mismos zapatos, o muy parecidos. A mi no me gustan, yo prefiero las botas y me gustan más los pantalones.

Hace un tiempo, la clase entera estuvo una semana —o casi— muy nerviosa porque finalmente todo el mundo iría al teatro, el sábado siguiente, a escuchar a Elisa, la repelente niña morena que siempre saca sobresalientes. Querían hablar con ella, preguntarle cómo se estaba preparando y qué iba a contar en el escenario. Y querían conocer a su padre porque es muy famoso y dicen que es buenísimo. Se llama Ludwig y es alemán. Creo que Elisa tuvo mucho éxito en el teatro y, aunque actuaban otras niñas también, su parte fue la más aplaudida. Estuvo tocando el piano casi todo el tiempo. Me dio un poco de envidia, la verdad, y tener que verla siempre rodeada de niñas haciéndole la pelota me pone enferma. Lo gracioso es que, ahora que ya no la van a volver a programar en el teatro durante un tiempo, pues ya no le hacen tanto caso. ¡Que chaqueteras! Eso le pasó también a su hermana, Pastora, que cuando iba a actuar, le estuvieron hablando todas durante un mes. Mis padres me llevaron a escuchar a Pastora y no me gustó tanto, la verdad.

Con la que sí hablo más y parece que nos llevamos bastante bien es Carmina. A ella no le importa que yo sea diferente y que me guste la guitarra. Su padre, Carl, es alemán también, no es tan famoso, pero ha creado algo distinto —quizás por eso ella y yo nos llevamos bien—. Ha inventado un método nuevo de enseñanza musical para niños; es muy bueno dice mamá, pero parece que no lo quieren poner en marcha en el cole… ¡cosas de mayores! A Carmina le tocó su turno en el teatro también, pero a ella no le hicieron tanto la pelota las otras niñas. Yo la ayudé a preparar su actuación y a ensayar. Mamá no quería llevarme al teatro aquel día a escuchar a Carmina porque decía que tenía que aplicarme más en los estudios. ¿Qué significa «aplicarse»? Que diga «sacar mejores notas» y así nos entendemos todos mejor. Al final me llevaron porque la profe de mate le dijo a mi madre que estaba mejorando mucho y que seguramente lo notaríamos en la siguiente evaluación. Fue preciosísimo. Carmina estaba radiante. Actuaron otras niñas antes, pero Carmina fue la mejor. Su parte fue la más larga y toda la gente pedían escucharla de nuevo; una y otra vez. Parecía que no se iba a acabar nunca. A la salida del teatro la esperamos y, aunque tenía muchísima gente alrededor y todos querían hablar con ella, besarla y darle la enhorabuena, ella al verme desde lejos, esquivó a la pesada de Irene que nunca quería jugar con ella pero aquel día pretendía ser su mejor amiga del alma y se quitó de encima a las abuelas que la estaban besuqueando, para dirigirse hacia mí, acelerando su caminar a cada paso, como si estuviera bajo el agua y necesitara bucear hacia la superficie más y más aprisa para poder respirar. Nos fundimos en un precioso abrazo, se tomó una infinita tregua para parar el tiempo y me habló como ninguna amiga lo había hecho nunca antes.

—Tienes que hacerlo, Aran. Te encanta la guitarra y lo haces muy bien. Si no les gusta, que no vayan, pero tú eres una niña guapísima, mucho más que otras y también tienes derecho a que todo el mundo te escuche.

Lloramos allí, en medio de todas las personas que allí había. Lloramos de emoción, de alegría y también de rabia. Le prometí y me prometí que me prepararía y que lo haría.

Papá está emocionado, aunque un poco asustado con la idea de poder escucharme, por fin delante de tanta gente. Yo creo que en el fondo le da miedo lo que el resto del mundo piense sobre mí. Yo sé que él me quiere mucho y no duda de mí, pero teme que la gente me haga daño. Me ha intentado convencer varias veces para que lo cancelemos, pero yo estoy decidida; quiero que todos me vean, me respeten y que escuchen la guitarra, aunque les parezca muy raro o muy feo. Puedo hacerlo bastante bien. Papá pidió fecha en el teatro y le dieron para octubre, junto con otras siete niñas. Seré la tercera en salir al escenario. Dado que faltan aún más de tres meses, me lo tomaré con calma, pero con la seriedad que requiere. Yo sé que necesito más tiempo que las otras niñas para ensayar porque nunca he actuado en público y porque la guitarra aún está considerada como un instrumento «menor» y fuera de lo comúnmente aceptado en este colegio alemán y en esta época. Tengo que hacerlo muy bien.

La semana que viene van a actuar cuatro hermanas mellizas —cuatrillizas creo que se dice—, que tienen unos nombres bastante extraños. Se llaman Primavera, Verano, Otoño e Invierno, como las estaciones. Quizás en Italia, donde nació toda la familia —su padre, Antonio, es muy famoso—, estos nombres no sean tan extraños, pero aquí resultan diferentes, por lo menos. A mi me caen muy bien las cuatro, aunque no tengo mucho trato con ellas porque siempre van juntas y no se relacionan demasiado con el resto. Creo que iré a escucharlas, si es que me dejan, claro.

Estoy ya muy nerviosa y eso que aún queda más de un mes. No me siento muy bien porque, aunque creo que puedo hacerlo muy correctamente, todo lo que ensayo me parece muy frio y muy «mecánico» y no sé qué hacer para que sea muy especial y pueda gustarles a todos los que vayan al teatro ese día.

Fui a escuchar a las cuatro hermanas y me encantó. Antes de salir al escenario cada una de ellas, explicaron cómo, a través de su música, los demás podíamos sentir los colores, los olores y hasta la temperatura de sus propios nombres. No sé, fue algo raro, pero en verdad pude imaginarme y pude sentir el piar y el aleteo de los pajarillos, el fugaz sonido del viento, el color blanco del frio y otro montón de sensaciones, con los ojos cerrados y a través de la música. Era algo como mágico y estoy convencida de que aquello me ayudó a entender lo que necesitaba para mi actuación.

Mi padre me ha ayudado mucho. Me ha recomendado cómo salir al escenario, qué cosas hacer entre cada pieza y cómo expresar a través de la música de la guitarra lo que estoy sintiendo. Ya en los últimos ensayos, creo que estoy consiguiendo sentirlo yo misma así que espero poder transmitirlo de la misma manera a todas las personas que estén allí. Pienso en una postal, de esas que mamá siempre compra cuando vamos de vacaciones. La postal está llena de jardines, preciosos jardines verdes con flores de colores. Al fondo hay un maravilloso y majestuoso palacio de siglos atrás —no sé cuantos siglos atrás—; y en medio, proporcionando equilibrio a los colores de la tarjeta, un rio color azul turquesa —creo que es turquesa—, con grandes y blancos cisnes y con algunas barquitas de remos flotando sin control.

Ha llegado el gran día. Estamos ya en el teatro. Papá está más nervioso que yo misma. Estoy preparada. He visto a Carmina al final de la fila cuatro y me ha tranquilizado mucho. Me da energía. Han venido todos los padres de los niños del cole; los alemanes, los austriacos y el resto. En realidad, creo que está todo el mundo hoy aquí.

Primera actuación. A Mateo le han aplaudido mucho. Creo que a la gente le ha gustado la obra que su padre le ha recomendado. Se titula La Pasión. Es una sola actuación, pero ha sido preciosa y muy bien interpretada, creo yo, aunque ni soy la más entendida ni puedo juzgar muy bien, teniendo en cuenta todos los nervios que me recorren desde la punta de los pies hasta el final del moño que me ha hecho mamá.

La segunda en aparecer ha sido Sere. Su padre es ruso, creo que de un lugar cercano a Leningrado. La han aplaudido bastante, pero a mi no me gusta mucho su música.

Me toca. ¡Qué miedo! Salgo al escenario temblando y solo veo caras de extrañeza y de rechazo en el público. Acabo de entender esa frase que he oído muchas veces a los mayores y a la que nunca había prestado atención. Eso de «tierra, trágame». Quiero salir de aquí, me quiero ir. De repente los músicos se han sentado todos, están preparados y esperando para empezar a tocar, para acompañarme. Me siento yo también y empiezo —se me ha olvidado hacer el saludo inicial que tanto me insistió papá—.

«Sobre los primeros arpegios de la infantil guitarra, se alza, como dolida por el paso del tiempo y la nostalgia, la voz del precioso y majestuoso oboe que encadena, una a una, las notas de la melodía más bella jamás creada. La guitarra y el resto de la orquesta intercalan sus apariciones, para dar paso a la chiquilla en solitario, que interpreta la misma melodía, dando a las cuerdas de aquel instrumento español una fuerza y un relevancia nunca antes imaginada. Aquel momento consiguió transformar el gran teatro del colegio alemán en un enorme paisaje de lagos, aves, fresas y flores de mil colores. Durante un pasaje, la orquesta y la guitarra parecen rivalizar por el protagonismo de la música en una batalla sin par, que vence el virtuosismo de la niña, para finalizar toda la orquesta al unísono y en un suave pianísimo la impactante interpretación, repitiendo la melodía que ya formará parte de nuestras vidas para siempre». Eso pusieron el día después en la sección musical del periódico del barrio. Mamá nos lo ha leído con la voz entrecortada por la emoción.

Se hace el silencio más tremendo. Levanto la cabeza, despacio, muerta de miedo y de alegría. Seguro que no les ha gustado. Únicamente veo las mismas caras de asombro que descubrí minutos antes, al salir al escenario. Solamente Carmina sonríe; ella lo sabía; ella confiaba en mí. Le basta con soltar una única pero sonora palmada para que todos y cada uno de los asistentes se sumen, uno tras otro, palmada tras palmada, a la mayor ovación de la tarde. Saludo, dedico un gesto de agradecimiento a los músicos. Me emociono. Quiero salir y ver a mis padres. Me levanto, agacho la cabeza y salgo, pero tengo que volver para saludar de nuevo. Sonrío; la sonrisa no me quiere abandonar. Salgo de nuevo. No sé qué hacer porque la gente sigue aplaudiendo. Vuelvo al escenario, pero por poco tiempo. Ya en la calle, Mamá me besa en la frente. Veo a papá detrás, con los ojos rojos como las amapolas, con las únicas lágrimas que se permitió nunca antes, al menos frente a mí.

—Te quiero mucho y ningún padre del mundo puede estar tan orgulloso de su hija como yo lo estoy de ti, mi pequeña Aranjuez.

Gabriel Muñoz

Fuente. soygabriel.es

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