Trabajar de hada madrina
es, sin duda, una tarea
la mar de dura y cansina
que a cualquier hada marea.
Si te toca un pez dorado
que está aprendiendo a nadar,
es un rollo lo mojado
y lo frío que está el mar.
Si un murciélago cegato,
no puedes perder puntada;
pues se pasa todo el rato
de tropezón en trompada.
Lo peor es si una moza
polvorienta y desastrada
quiere ir al baile en carroza
la mar de emperejilada.
Hay que buscar, ¡qué trajín!,
ratones y calabazas
por el huerto y el jardín,
por salones y terrazas.
A un meneo de varita,
pronunciar un trabalenguas
para ponerla bonita
sin que se líe la lengua.
Y es que un hada vive a cien
esforzándose un montón,
porque esto de hacer el bien
exige dedicación.
Se pasa frío y calor
y te da mil sofocones;
¿pero hay oficio mejor
que alegrar los corazones?
Carmen Gil Martínez
(El hada Roberta, Editorial Bambú, nuevo sello de Casals)
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