domingo, 12 de diciembre de 2010

La Navidad del petirrojo


¡Qué frío hacía! La gente corría las cortinas y se acurrucaba junto al fuego.

-Este año vamos a tener unas navidades blancas, ya lo veréis -decían los más viejos.

Todos los niños estaban muy excitados.
-¡Una blanca Navidad! -decía Clara.

-Podremos patinar y hacer muñecos de nieve -anadía Tomás.

Por fin, una noche se puso a nevar. Los niños se despertaron por la mañana y encontraron el jardín completamente cubierto por una suave capa blanca.

-No debemos olvidarnos de los pajaritos... -dijo Clara al ver a un petirrojo saltar alegremente junto al umbral de la puerta de la cocina.

Y salió afuera y le echó miguitas de pan. También les puso agua, y Tomás colgó una cestita de frutos secos en la rama del viejo peral. Y todos los días, el petirrojo volvía a estar a la puerta de la cocina.

Clara enseñó a los otros niños lo que tenían que hacer para alimentar a los pájaros y todos pusieron migas, frutos secos, granos de maíz, de arroz y otras cosas. Todos los días dejaban comida para los pájaros y luego observaban cómo los gorriones, los petirrojos y los mirlos bajaban a comer.

La Navidad se acercaba. Clara y Tomás empezaron a preparar guirnaldas de papel, estrellas de papel de plata y otros muchos adornos para el árbol.

-Pero no tenemos acebo -dijo mamá-, ni acebo ni muérdago. Necesitamos acebo con muchas bolitas rojas.

Clara y Tomás, junto con su hermana Olga, fueron de compras al pueblo con su mamá y se encontraron con la granjera. Les sonrió amablemente a los pequeños.

-¡Qué! ¿Preparando las fiestas de Navidad? No olvidéis que podéis venir a buscar todo el acebo que os haga falta a nuestro bosque.

La mamá de los niños le dio las gracias.

-¡Esto es fantástico! -exclamó-. Iremos mañana sin falta.

Y Clara decidió que dibujaría una tarjeta de Navidad muy especial para los granjeros.

Al día siguiente los niños se abrigaron bien, se equiparon con botas de nieve y gorros y bufandas de lana y se fueron con su mamá al bosque.

-¡Mirad las huellas que voy dejando! -gritaba Tomás, lanzándose a toda velocidad sobre la nieve y señalando las marcas que dejaban sus pasos.

De pronto, se oyó un piar melodioso.

-Parece el canto de un petirrojo -dijo la mamá-. Sí, fijaos, está cantando porque es Navidad.

-Está cantando <<¡seguidme, seguidme!>> -dijo Clara.
-Puede que sea eso .dijo la mamá, riendo.


En un recodo del camino había una mata de acebo cubierta de bolas de un rojo brillante. Precisamente lo que buscaban.

Pero tan sólo los niños vieron algo más: vieron elfos y criaturas del bosque correteando junto al sendero. Clara quiso decírselo a su mamá, pero apenas empezó a decir: <<¡Oh, mira...!>> se desvanecieron.

-Yo no veo nada -dijo su mamá.

Pero se oían ruidos por debajo delos arbustos, y Clara comprendió que los pequeños seres habían corrido a esconderse para que nadie los viera.

Siguieron por el camino con sus ramas de acebo hasta que el sendero se ensanchó. Clara estaba segura de seguir oyendo piar al petirrojo: "Seguidme, seguidme".

Y por fin llegaron a un pequeño claro del bosque: Y todos lanzaron un grito de admiración: en el centro había un maravilloso muñeco de nieve.

Llevaba un viejo sombrero de fieltro y una corbata a rayas blancas y rojas. Los brazos eran dos palos con dos guantes de cuero en los extremos. La boca y los ojos estaban hechos con piedrecitas, y llevaba una pipa en la boca.

Parecía sonreír.

Olga lo miró fijamente y dijo:
-Hola, señor muñeco de nieve.

-¿A quién se le habrá ocurrido hacer un muñeco de nieve en este sitio? - se preguntó la mamá-. ¡Esto sí que es un misterio!

A los pies del muñeco había varias bolas de nieve, pero sólo los niños podían ver subidos en ellas a los elfos y a los ratoncillos del bosque y escuchar sus risas y sus gritos.

El viejo búho sabio se asomó desde su agujero, en un árbol, y meneó la cabeza:
-Seguro que va a seguir nevando -dijo. Y se volvió adentro.

Y de nuevo, Clara oyó piar al petirrojo: <<¡Muchas gracias>>!, le pareció entender que decía. Y Clara pensó que quizás era la manera de agradecerle la comida y el agua que le había dado en lo más duro del invierno.

-Ya va siendo hora de volver -dijo su mamá.

De modo que se volvieron a casa por el camino que llevaba al pueblo.

-Me sigo preguntando quién ha podido hacer ese muñeco de nieve -volvió a decir la mamá, por la noche-. Ha sido una sorpresa muy agradable.

Bien arropada en su camita, antes de dormirse, Clara se estuvo acordando del petirrojo. Estaba segura de que era el mismo que venía cada mañana a la puerta de su cocina. Y ¿estaría de verdad diciendo: "Gracias"?

Bueno..., ¿por qué no?


Cuento e ilustraciones de Mabel Lucie Attwell

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