sábado, 2 de octubre de 2010

La Flor de Lirolay



Este era un rey ciego que tenía tres hijos. Una enfermedad desconocida le había quitado la vista y ningún remedio de cuantos le aplicaron pudo curarlo. Inútilmente habían sido consultados sabios más famosos.

Un día llegó al palacio, desde un país remoto, un viejo mago conocedor de la desventura del soberano. Le observó, y dijo que sólo la flor del lirolay, aplicada a sus ojos, obraría el milagro. La flor del lirolay se abría en tierras muy lejanas y eran tantas y tales las dificultades del viaje y de la búsqueda que resultaba casi imposible conseguirla.
Los tres hijos del rey se ofrecieron para realizar la hazaña. El padre prometió legar la corona del reino al que conquistara la flor del lirolay.

Los tres hermanos partieron juntos. Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron, tomando cada cual por el suyo. Se marcharon con el compromiso de reunirse allí mismo el día en que se cumpliera un año, cualquiera fuese el resultado de la empresa.

Los tres llegaron a las puertas de las tierras de la flor del lirolay, que daban sobre rumbos distintos, y los tres se sometieron, como correspondía a normas idénticas.

Fueron tantas y tan terribles las pruebas exigidas, que ninguno de los dos hermanos mayores la resistió, y regresaron sin haber conseguido la flor.

El menor, que era mucho más valeroso que ellos, y amaba entrañablemente a su padre, mediante continuos sacrificios y con grande riesgo de la vida, consiguió apoderarse de la flor extraordinaria, casi al término del año estipulado.

El día de la cita, los tres hermanos se reunieron en la encrucijada de los tres caminos.

Cuando los hermanos mayores vieron llegar al menor con la flor de lirolay, se sintieron humillados. La conquista no sólo daría al joven fama de héroe, sino que también le aseguraría la corona. La envidia les mordió el corazón y se pusieron de acuerdo para quitarlo de en medio.

Poco antes de llegar al palacio, se apartaron del camino y cavaron un pozo profundo. Allí arrojaron al hermano menor, después de quitarle la flor milagrosa, y lo cubrieron con tierra.

Llegaron los impostores alardeando de su proeza ante el padre ciego, quien recuperó la vista así que pasó por los ojos la flor de lirolay. Pero, su alegría se transformó en nueva pena al saber que su hijo había muerto por su causa en aquella aventura.

De la cabellera del príncipe enterrado brotó un lozano cañaveral.

Al pasar por allí un pastor con su rebaño, le pareció espléndida ocasión para hacerse una flauta y cortó una caña.

Cuando el pastor probó modular en el flamante instrumento un aire de la tierra, la flauta dijo estas palabras:

No me toques, pastorcito,
ni me dejes tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de lirolay.

La fama de la flauta mágica llegó a oídos del Rey que la quiso probar por sí mismo; sopló en la flauta, y oyó estas palabras:
No me toques, padre mío,
ni me dejes tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de lirolay.

Mandó entonces a sus hijos que tocaran la flauta, y esta vez el canto fue así:
No me toquen, hermanitos,
ni me dejen tocar;
porque ustedes me mataron
por la flor de lirolay.

Llevando el pastor al lugar donde había cortado la caña de su flauta, mostró el lozano cañaveral. Cavaron al pie y el príncipe vivió aún, salió desprendiéndose de las raíces.
Descubierta toda la verdad, el Rey condenó a muerte a sus hijos mayores.

El joven príncipe, no sólo los perdonó sino que, con sus ruegos, consiguió que el Rey también los perdonara.

El conquistador de la flor de lirolay fue rey, y su familia y su reino vivieron largos años de paz y de abundancia.


Este cuento es conocido en la región norteña, en la región andina y en la región central. En Salta se lo llama "la flor lirolay"; en Jujuy "La flor del ilolay"; en Tucumán "La flor dl lirolá y también "del lilolá" y en Córdoba, La Rioja y San Luis "La flor de la Deidad".

Se consultaron las versiones recogidas por los siguientes maestros: Sra. Carmen A. Prado de Carrillo, Carmen de Canarraze, de Jujuy; Srta. Angélica D´Errico, de Salta; Sra. Elena S. de Aguirre y Sr. Adrián Cancela, Srtas. María Isabel Chiggia, Esther López Güemes y Sra. Elena S. de Aguirre, de Tucumán; Srta. Tránsita Caneón, de La Rioja y Srta. María E. O. González Elizalde, de Córdoba; Srta. Dolores Sosa ("La flor de lilolay"), Sra. Emma Pallejá, de Entre Ríos; Sra. María Luisa C. de Rivero, Alda C. de Suárez, de San Luis; Srtas. Urbana E. Romero, Aldea A. Nuñez e Irma Carbaux, de Santa Fe.
El tema ha sido puesto en verso por Juan Carlos Dávalos.
Extraída de "Antología Folklórica Argentina", del Consejo Nacional de Educación, Guillermo Kraft Ltda., 1940

4 comentarios:

  1. En la versión de Juan Carlos Dávalos "Erase una viejecita que en sus ojos tenia un mal..." Es hermoso el cuento y de chiquita mi hermano me la recitaba con la guitara, al día de hoy lo sigo escuchando.

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  2. LA FLOR DEL ILOLAY

    Don Juan - Bernardo

    Erase una viejecilla
    que en los ojos tenía un mal
    y la pobre no cesaba
    de llorar.

    Una médica le dijo:
    - Te pudiera yo curar
    si tus hijos me trajesen
    una flor del Ilolay.-

    Y la pobre viejecilla
    no cesaba de llorar,
    porque no era nada fácil encontrar
    esa flor del ilo-ilo Ilolay.

    Mas los hijos que a su madre
    la querían a cual más,
    resolvieron irse lejos a buscar,
    esa flor maravillosa
    que a los ciegos vista da.

    Bernardo

    - Va rajado el cuento, abuelo,
    como vos me lo contáis.
    ¡ No habéis dicho que los hijos
    eran tres!

    Don Juan

    - Bueno, ¡Ya están!
    Y los tres, marchando juntos
    caminaron, hasta dar
    con tres sendas, y tomaron
    una senda cada cual.

    El chiquillo que a su madre quería más,
    fue derecho por su senda sin parar,
    preguntando a los viajeros
    por la flor del Ilolay.

    Y una noche, fatigado
    de viajar y preguntar,
    en el hueco de unas peñas
    acostóse a descansar.
    Y lloraba, y a la pobre
    cieguecilla recordaba sin cesar.

    Y ocurrió que de esas peñas
    en la lóbrega oquedad,
    al venir la media noche
    sus consejos de familia
    celebraba Satanás.
    Y la diabla y los diablillos,
    en horrible zarabanda
    se ponían a bailar.

    Carboncillo, de los diablos,
    el más diablo para el mal,
    ¡Carboncillo cayó el último
    de gran flor en el ojal!
    - ¡Carboncillo!- gritó al verle
    furibundo Satanás -,
    ¡petulante Carboncillo,
    quite allá!

    ¿Cómo viene a mi presencia
    con la flor de Dios hechura
    que a los ciegos vista da?
    Metió el rabo entre las piernas
    y poniéndose a temblar,
    Carboncillo tiró lejos
    el adorno de su ojal.

    Y el chiquillo recogióla,
    y allá va,
    ¡corre, corre, que te corre,
    que te corre Satanás!
    el camino desandando sin parar,
    y ganó la encrucijada
    con la flor del Ilolay.

    Le aguardaban sus hermanos,
    y al mirarle regresar,
    con la flor que no pudieron
    los muy tunos encontrar,
    ¡le mataron, envidiosos,
    le mataron sin piedad!
    le enterraron allí cerca
    del camino, en un erial,
    y se fueron a su madre
    con la flor del Ilolay.

    Y curó la viejecita
    de su mal,
    y al pequeño recordando
    sin cesar,
    preguntaba a sus dos hijos:
    -¿Dónde mi hijo, dónde está...?

    - No le vimos, contestaban
    los perversos, - que quizá
    extraviado con sus malas
    compañías andará.-

    Y los días y los meses
    se pasaron, y al hogar,
    ¡nunca, nunca el pobrecillo
    volvió más!
    Y una vez un pastorcillo
    que pasó por el erial,
    una caña de canutos
    vio al pasar.

    Con la caña hizo una flauta,
    y poniéndose a tocar,
    escuchaba el pastorcillo
    de las notas al compás,
    que la caña suspiraba
    con lamento sepulcral:

    - Pastorcillo, no me toques
    ni me dejes de tocar:
    ¡Mis hermanitos me han muerto
    por la flor del Ilolay!

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