Lelis era una niña que siempre que tenía vacaciones le gustaba ir a casa de su abuelita Adela en un pueblo muy cerca de la ciudad donde ella vivía.
Su abuelita, a la que Lelis llamaba de cariño "Güely", era una persona muy creativa y cariñosa a la que le gustaba hacerle juguetes con cajas, botes, tapas y muchas cosas que guardaba.
Un día del mes de agosto, cuando faltaban algunos días para el cumpleaños de Lelis, ella se encontraba en casa de su abuelita sentada junto a la ventana desde donde veía el parque, pues llovía y no podía salir a jugar.
Lelis se encontraba triste mirando la lluvia y pensando en que pronto se acabarían sus vacaciones y su abuelita la tendría que llevar de regreso a casa, cuando de repente descubrió a lo lejos, que en la fuente del parque se encontraban sus amiguitas, dos ranitas verdes y brillantes muy juguetonas que disfrutaban de la lluvia brincando de piedra en rama. Estaban tan contentas que en el rostro de Lelis se dibujó una sonrisa por el gusto de verlas jugar.
De repente, notó que las ranitas se veían y volteaban hacia todos lados como buscando algo. Lo que pasaba es que, de detrás de una nube muy oscura comenzaba a asomarse el sol y a medida que sus rayos aparecían empezaron a escuchar un llanto que se hacía cada vez más fuerte. Las ranitas se asustaron, pues por esos lugares nunca se escuchaban lamentos, siempre todo era alegría.
Comenzaron a buscar a su alrededor, entre las flores, debajo de las piedras, le preguntaron a los grillos, pero no encontraron respuestas. Decidieron trepar a los árboles y fue desde ahí donde pudieron ver que el arco iris lloraba, se lamentaba y decía:
- Ah, ya se acabó la lluvia y aquí estoy, debería estar contento pues puedo ver a mi alrededor, pero sin embargo soy muy desdichado porque quisiera andar por el mundo y conocer todos sus rincones, pero solo puede salir un rato después de la lluvia y solo si el sol me acompaña. Uaua, uaua...
Entonces, las ranitas afligidas corrieron a buscar a Lelis que asombrada las veía por la ventana. Ellas sabían que siempre que salía el sol y dejaba de llover, Lelis podía salir a jugar.
Lelis acostumbraba jugar con las ranitas, le gustaba colocarlas en el tendedero de la casa de su abuelita, hacía vibrar los cables y las ranitas se deslizaban fascinadas por ellos. Ella tenía cuidado de que no fuera siempre la misma ranita la que llegaba primero porque una vez no tuvo cuidado y entonces las ranitas se enojaron tanto entre ellas porque siempre ganaba la misma, que duraron sin salir todo un día.
En esa ocasión, Lelis tuvo que pensar en algo para divertirse. Su abuelita, al darse cuenta, le hizo unas ranitas de papel que puso en el tendedero, y cuando las ranitas se dieron cuenta de que Lelis se estaba divirtiendo tanto con sus ranas de papel y ellas se encontraban tan aburridas por pelear, le pidieron volver a jugar con ella. Las ranitas no volvieron nunca a enojarse.
Bueno, era tanto lo que convivía con las ranitas que ellas estaban seguras de que Lelis podía ayudarlas, así que fueron a contarle lo que le pasaba al arco iris. Lelis sabía también que podía contar con su abuelita así que corrió a contarle lo que las ranitas le dijeron que le pasaba al arco iris.
Su abuelita, que era muy inteligente, les dijo:
- ¡Ah! Yo sé cómo hacer que el arco iris se ponga alegre.
- ¿Cómo? - preguntaron a coro Lelis y las ranitas.
Entonces, la abuelita descolgó su abrigo del ropero donde lo guardaba y sacando el gancho les dijo:
- Con este gancho vamos a hacer un aro.
Y tomando un listón, empezó a envolver el aro hasta que todo el metal quedó cubierto. Entonces, fue a traer una tina con agua y jabón.
Metía el aro en la tina y sacaba unas burbujas enormes y entonces todos vieron con gran sorpresa que el arco iris saludaba desde las burbujas muy contento, pues volaba, aparecía y desaparecía, se metía en los rincones y se paseaba por el aire en las burbujas de jabón con una gran sonrisa. Así, haciendo burbujas, a Lelis se le pasó el día...
Al finalizar el día, y sin darse cuenta, se encontraba ya en el carro de sus abuelos, camino de regreso a su casa, diciendo adiós a todos, a sus amigas las ranas, al tendedero y hasta a la tina de jabón que había guardado en su recuerdo... las vacaciones habían terminado.
Su abuelita, al verla tan triste, le entregó una charola de metal con el dibujo de un payaso que tenía dibujado en el cuello de su traje cinco estrellas en las que la abuelita había hecho un agujero. Entonces, le dijo:
- No estés triste y pon atención - y le dio cinco canicas: una roja, otra amarilla, otra blanca, otra azul y la última, verde.
- Cada día colocarás una canica en el agujero de cada estrella pero tienes que seguir las reglas del juego.
- ¿Cuáles son las reglas? - Preguntó Lelis curiosa.
La abuelita miró a su nieta con cariño y dijo:
- Son varias. ¿Estás lista para que te las diga?
- Si, contestó rápido.
- Debes poner atención para que no se te olviden y las recuerdes.
- Ya estoy lista.
- Debes tomar la charola de los lados y moverla para hacer que las canicas se acomoden en los agujeros pero, cuidado, está prohibido agarrar con las manos las canicas para colocarlas.
- Uy, Güely, está muy fácil.
- Todavía no termino. Hay una regla más. Debes colocar sólo una canica en su lugar cada día.
- ¿Y por qué una cada día?
- Porque cuando termines de colocarlas será tu cumpleaños y yo llegaré a tu casa con un gran pastel y un regalo sorpresa.
Lelis pasó el resto del viaje de regreso a su casa muy contenta, tratando de adivinar cuál sería la sorpresa y pensando que en su cumpleaños jugaría con su abuelita alguno de los juegos que sólo su "Güely" puede inventar.
María de Jesús Rodríguez Flores
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