Había una vez una pequeña nube que estaba muy triste. Su gran deseo era poder regar la tierra, los árboles y las flores. Pero era casi tan pequeña como un pedazo de algodón.
-¡Aparta de nuestro camino, enana! -le gritaban las nubes grandotas-. ¿No ves que tenemos que ir a regar aquellos bosques?
Ninguna nube quería juntarse con ella porque era demasiado pequeña, así que la nubecilla prosiguió su camino solitario. Estaba tan triste que comenzó a llorar. Y su primera lágrima fue a caer justamente sobre una flor.
Aquella flor era una amapola. Y estaba tan sedienta que miró al cielo llena de gatitud y sonrió a la pequeña nube.
Esa sonrisa llenó de orgullo a la nubecilla. Y la hizo comprender que algún día sería tan grande como las otras nubes y estaría llena de agua para derramarla sobre sus amigas las flores y las plantas.
Y desde entonces fue muy feliz.
Y colorín colorado...
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